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Cuando vivas conmigo

Gertrudis y Armida son dos jóvenes diametralmente opuestas. Gertrudis es sumisa, retraída, insegura, tímida. Armida es rebelde, extrovertida, segura de sí misma, impulsiva y dueña de una belleza perturbadora. Son las dos caras de una misma moneda. Se quieren y se respaldan mutuamente como lo que son: hermanas. Pero la vida no ha sido fácil para ninguna. Su tía Luzmila, dueña de un parador de carretera las ha hecho trabajar, desde que quedaron huérfanas, como meseras, negándoles cualquier tipo de amor familiar y también el estudio. Cansadas del maltrato, sueñan con tener una vida distinta. Pero Gertrudis no tiene el valor suficiente para huir. Armida insiste en que es la única salida que les queda y cuando por accidente se entera que su tía está dispuesta a venderlas a un hombre de muy dudosa reputación, logra convencer a su hermana de que llegó el momento de escapar. Juntas hacen un plan que sale mal. En medio de un incendio que lo consume todo, Gertrudis y Armida se separan con tan mala suerte que cada una piensa que la otra ha muerto. Serán necesarias dos décadas para que ambas hermanas vuelvan a encontrarse. Gertrudis vive hoy en Bucaramanga, mientras que Armida vive en Bogotá. Gertrudis sobrevivió milagrosamente el incendio gracias a que un ángel guardián se le apareció en el camino y la cuidó hasta que ella logró recuperarse. Ese ángel es hoy en día su esposo: Felicito Yanequé, un hombre humilde, trabajador, que está empeñado en cumplirle a su padre la promesa que le hizo en el lecho de muerte: salir del lodazal y jamás dejarse pisotear de nadie. Comenzó hace años como conductor de un camión, pero hoy en día es el dueño de una importante transportadora de la región: la Transportadora Narihuala. Es también el padre orgulloso de sus dos hijos: TIBURCIO y MIGUEL. A pesar de ser el dueño de una empresa pujante, Felicito y Gertrudis siguen teniendo una vida modesta en la misma casa que compraron hace 19 años cuando ella le dijo que estaba esperando un hijo suyo. No se puede decir que ella lo ame, pero se ha acostumbrado a una vida tranquila donde el único sobresalto que de vez en cuando le roba la calma es el temor de que algún día su esposo compruebe que su hijo mayor, Tiburcio, no es en realidad su hijo. Cargar con este secreto ha sido su peor castigo. Gertrudis jamás le ha confesado a nadie que Tiburcio nació cuando se entregó completamente enamorada, y por primera vez, a un mecánico que la sedujo con falsas promesas de amor y que luego resultó ser el amante de su tía. Pero para el mundo, el matrimonio de Felicito y Gertrudis es perfecto hasta que un hecho viene a interrumpir la paz del mundo de la familia Yanaqué: Felicito recibe una boleta de extorsión en donde lo invitan de manera muy educada y cordial a pagar una “suma razonable” de dinero a cambio de no atentar contra su empresa. Por su parte, en Bogotá, Armida -que aún no sabe que su hermana Gertrudis está viva- está a punto de renunciar a su trabajo como empleada de servicio de una elegantísima y distinguida familia Bogotana para la cual trabaja hace más de 7 años. Cuando llegó a Bogotá –luego del incendio- era todavía una niña que se abrió camino de todas las maneras posibles. Fue vendedora en la plaza de mercado, mesera, peluquera y sí, hasta bailarina erótica en un bar hasta que consiguió un trabajo estable y más o menos bien pago cuando entró a trabajar como cocinera en la casa de la familia Herrera. Pero sus sueños siempre han sido otros, insiste en que ella algún día hará plata y que lo único que le ha faltado es una oportunidad. Desde que era niña se destacó siempre por su baile y con los años se inventó lo que ella considera que la sacará de pobre: el CHAMPETÓN, una técnica de baile que promete grandes beneficios para la salud y obviamente resultados comprobados para bajar de peso. Armida lleva años ahorrando para montar su academia de Champetón y está apunto de lograrlo, por eso tiene que renunciar. Su vida parece estar mejorando excepto por su relación con NARCISO, su novio desde hace cuatro años, que aunque la adora no se decide a dar el gran salto hacia el matrimonio. No importa lo que Armida diga, Narciso no se convence. No se quiere casar. Por lo pronto, Armida se contenta con renunciar para montar su propio negocio, pero cuando le está explicando a su jefe, DON ISMAEL HERRERA, el viudo millonario y dueño de una importante aseguradora, por qué necesita renunciar, éste sufre un infarto. Convencida de que lo mató, Armida llora y sufre por la muerte aparente de quién ha sido el mejor jefe de su vida.

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